Y me sorprendo al descubrir en mí una ilusión y una alegría quizás aún mayor a las de cualquier otro año.
Lejos de perder la emoción y convertirme en un fantasma que no siente ni padece, voy creciendo y cada vez aprecio más ésta festividad.
Llena de luces y de alegría, en estas fechas el frío parece un vacuo disfraz del calor navideño. Sólo hay que mirar a los niños: ya no sólo sonríen sus labios, también lo hacen sus ojos. Las luces multicolores se reflejan en sus ojos, brillantes muestras de emoción.
Gran Vía de Bilbao, Vizcaya. |
Quien no cree en la navidad, que no se engañe. No se revela ante una invención comercial con cobertura religiosa, no es un acto de valentía contra las mentiras y los errores. Está apartando de su vida a una de las costumbres más bonitas de éste planeta, una tradición que sólo perjudica al que no puede sentirla. ¿Qué importa su origen? ¿Si se cambió para que no coincidiera con el solsticio de invierno? ¿Qué más da? ¿De verdad lo convierte en un engaño, en una patraña de la que no hay que formar parte? Hoy en día, ateos, agnósticos y creyentes celebran todos juntos la navidad. Ya no es sólo una celebración de un nacimiento, es nuestra tradición, nuestra vida, nuestro mundo.