Todo ocurrió cuando tenía cinco años.
Lo único que recordaba sobre aquél verano eran las verdes praderas y las tardes enteras enlazando las pequeñas margaritas, hasta formar preciosas pulseras y collares. Aparte de esos momentos sólo sabe que, tras ello, todo cambió. El verano no dio paso al otoño esperado, las clases no comenzaron para ella de nuevo, y su familia dejó de ser su compañía diaria.
Los días se sucedieron con multitud de extraños a su paso, hablándole, preguntándole, sonriéndole con extrañas miradas de compasión en sus rostros. Las noches simplemente no transcurrían, eran interminables segundos envueltos en lágrimas y oscuridad, en una habitación fría y aséptica, donde la soledad era lo único que reinaba junto a sus sollozos.
Después, su destino cambió, y su nueva realidad sustituyó a los innumerables adultos desconocidos por numerosos niños desconocidos. Eran de todas las edades y de todo tipo, desde miradas hostiles hasta tímidas sonrisas de complicidad, pasando por la ausencia de todo gesto o dedicación. Aún de vez en cuando le seguían visitando algunos de esos adultos que hacían muchas preguntas y vestían de forma extraña, pero cada vez con menos simpatía hacia ella. Sin embargo, sus noches no distaban mucho de las anteriores: seguía sola, en una realidad extraña, en una vida ajena.
Así creció ella, poco a poco comprendiendo lo sucedido, hasta que quiso conocer y saberlo todo: y aquí es donde comienza esta historia.